LA CUEVA DEL FRENÁPTERO

Blog del escritor Marco Tulio Aguilera Garramuño

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En este mes de mayo encontrará las siguientes entradas hacia abajo:
A. El tamaño de los sueños: entrevista sobre La hermosa vida
1. Comentario a Placeres perdidos
2. Concurso Alfaguara, ¡bah!
3. Tolstói y la masturbación
4. Visita a García Márquez en su cueva
5. ¿Escritor erótico?
6. Dos descabezaderos
7. Parodia de Cien años de soledad
8. Fotos Lety
9. Todo MT
10. Reeditan Cuentos para después de hacer el amor
11. Eusebio Ruvalcaba escribe sobre Poéticas y obsesiones
12. Sobre Los grandes y los pequeños amores
13. Para antes de hacer el amor
14. Mi perra Maky
15. Confesiones de mi alumna Nina Crangle sobre Poéticas
16. Nostalgia de Breve historia de todas las cosas, mi primera novela

Uno es del tamaño de sus sueños

Marco Tulio Aguilera y La hermosa vida

Por Sonia Sierra, periodista de Consejo Nacional de Cultura de México , Ciudad de México, 15 de mayo de 2002.

La hermosa vida, de Marco Tulio Aguilera, editado en la colección El Guardagujas por la Dirección de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, será presentado el jueves 16 de mayo en la Casa del Poeta. El sueño "es un limbo al que sólo tienen acceso los solitarios, los que carecen de otro juez que no sea su conciencia autocomplaciente, compasiva, comprensiva". Por ese mundo onírico, carente de reglas y territorios definitivos, quiere caminar Ventura, el personaje de una serie de novelas escritas por Marco Tulio Aguilera Garramuño.La segunda de estas obras, La hermosa vida, editada por la Dirección de Publicaciones del Conaculta, en la colección El Guardagujas, será presentada este jueves 16 de mayo en la Casa del Poeta.


Marco Tulio Aguilera (Bogotá, 1949) habla sobre sí mismo: "llegué a México en 1978 con cien dólares que se me perdieron. Los recuperé con la ayuda de Edmundo Valadés. Traía una novela publicada en Buenos Aires en cuya contraportada el editor de Ediciones la Flor decía que sería mejor escritor que García Márquez. Algunos críticos lo hicieron motivo de burla".


Más de veinte años después, Marco Tulio Aguilera Garramuño ha escrito cerca de treinta libros y recibido un número similar de premios. No habla con modestia: presume su obra, el hallazgo de un estilo a fuerza de constancia y ejercicio literario.Su libro Cuentos para hacer el amor fue clasificado como uno de los mejores de Colombia en el siglo XX; allí mismo acaba de presentar la novela El amor y la muerte, que se convirtió en una de las más vendidas en la Feria Internacional del Libro. Este año publicará en México ocho títulos, uno de ellos es La hermosa vida, del que habla en entrevista.


La hermosa vida es parte de una serie de novelas, ¿cómo nació esta serie del personaje Ventura y hasta dónde tiene planeado llevarla?


La hermosa vida es la segunda de una serie de cuatro o quizás cinco novelas en las que se sigue la vida de un escritor hasta su madurez. Se cuenta su relación con la literatura, la música, las mujeres y el mundo. La primera novela se llama Las noches de Ventura (publicada simultáneamente en México por Planeta y por Plaza y Janés en Colombia, con el nombre de Buenabestia).La segunda novela es La hermosa vida, publicada por el Conaculta. La tercera acaba de ser publicada por la Universidad de Puebla. La cuarta es El amor pleno y está en sus últimos borradores. Comencé a escribir esta obra en 1983, de modo que llevo casi 20 años en ella. Cada novela es completamente independiente, aunque conserve el mismo protagonista.


Más allá de que todos los personajes son cercanos a los autores, ¿qué tanto tienen en común Ventura y Marco Tulio Aguilera?


Eso es algo que carece de importancia para el lector. Lo que importa es que la novela interese de principio a fin, apasione, transforme, haga revelaciones. Yo busco todo esto y espero conseguirlo.


¿Es posible que lo que busca Ventura sólo esté en sus sueños?Esta pregunta es la más inteligente que se ha hecho hasta el momento en lo que se refiere a la novela Las noches de Ventura. Precisamente lo que sostiene a Ventura y a cualquier ser humano es el hecho de que absolutamente nada se realiza por completo. Y esta es la razón por la cual todos seguimos vivos, seguimos aspirando. Mientras más ambiciosos los sueños, mayores los logros.Ventura es el personaje de la obra, sin embargo son las mujeres, las amigas, las conocidas, las adolescentes, su exesposa, quienes siempre están ahí marcando a este hombre y su destino


¿Cómo es que la mujer se volvió el tema fundamental de su obra literaria?


La mujer es una larga obsesión. Casi todas mis obras están centradas en ella. La razón de esta obsesión no sé darla. Sólo puedo decir que las mujeres me gustan mucho, que hablo con ellas y pronto establezco intimidad incluso con desconocidas que me cuentan sus historias. Casi todo lo que escribo nace de estas conversaciones. A veces me comporto como un consultor erótico y sentimental. Esto les encanta: ellas están dispuestas a hablar siempre que tengan una oreja comprensiva


.¿Qué opiniones recibe de las mujeres que leen sus libros?


Las mujeres son mis mejores lectoras: ellas se ven reflejadas en sus comportamientos íntimos. Algunas me han dicho que no entienden cómo puedo saber ciertos datos, ciertas circunstancias que son totalmente secretos. Incluso mis novelas más agresivas, como Las noches de Ventura, las atraen, pues ellas han vivido situaciones similares.


Miller es un autor con quien Ventura, el personaje de La hermosa vida encuentra muchas coincidencias, ¿cuál ha sido su relación como autor con los libros de este escritor?


Leí a Miller cuando yo era muy joven y me impresionó su capacidad -en la literatura y en la vida- de llegar a la cama con cualquier mujer en un tiempo record. Tal vez me marcó, pero la vida me hizo adoptar una actitud menos misógina: no creo haber denigrado a la mujer, más bien pienso que la he convertido en el centro de una mitología personal, en la cual el amor y el erotismo bien desarrollados son parte de una aventura que he querido compartir con los lectores.


¿Cómo concilia en la literatura el mundo de Colombia, su país de origen, con el mundo de México?


Llegué a México por azar pero sigo siendo colombiano. Vivo en este país donde he alcanzado grandes ventajas después de trabajar 30 años. Soy investigador en la Universidad Veracruzana, tengo tiempo para escribir, para hacer deporte, para mantener una familia. Colombia sin embargo es para mí un surtidor interminable de historias. Una semana allá vale por un año aquí. No tengo nostalgia de Colombia porque regreso con frecuencia. En México soy un mexicano más, aunque no han faltado problemas.


Este año saldrán algunos libros suyos en este país, como la obra El amor y la muerte. Háblenos de éste y los demás libros que está por publicar.


Durante el año 2002 saldrán ocho libros nuevos en México y dos traducciones en Estados Unidos. El amor y la muerte en su edición mexicana saldrá en Alfaguara en agosto o septiembre. La edición colombiana, que presentó Alfaguara en la Feria del Libro en Bogotá tuvo un éxito enorme. Se vendió muchísimo. La gente la leía de un tirón en una noche y volvía a buscarme para expresar su admiración. Pienso que con esta novela voy a cumplir las expectativas que se anunciaron hace 30 años cuando publiqué Breve historia de todas las cosas y varios críticos anunciaron a un escritor del tamaño de García Márquez.


Las novelas de Ventura son una serie, ¿lo son también sus libros Cuentos para después de hacer el amor y la siguiente Cuentos para antes de hacer el amor?Sí. Y ya estoy pensando en publicar Cuentos en lugar de hacer el amor, que llevará un subtítulo: El imperio de las mujeres.


¿Qué opina de la comparación que ha pesado durante 30 años sobre su persona y su literatura, al relacionarlo con García Márquez?


Si Gabo se compara con Cervantes, ¿por qué voy a compararme con Perico de los Palotes? Diré una cursilería en la que creo a pie juntillas: uno es del tamaño de sus sueños. Ni más ni menos. No creo llegar a ser mejor, pero sí diferente. De todos modos no quiero repetir fórmulas, quiero una famita municipal, que me permita vivir tranquilo y tener algún día una casa de campo a la orilla de un río de agua limpia.


La hermosa vida, editado en la colección El Guardagujas por la Dirección de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, será presentado el jueves 16 de mayo en la Casa del Poeta, a las 19:00 horas. Con el autor estarán Huberto Batis y Eduardo Langagne. (Álvaro Obregón 73, col. Roma)
Fuente: Conaculta/Sonia Sierra Regresar
Los placeres perdidos de MT

Queridos tres lectores: encontré en internet este inteligente, delicado y divertido artículo sobre una de mis primeras novelas (entre nos: es la que prefiero, aunque no haya tenido tanta difusión) Tomado de Boletín Cultural y Bibliográfico , Número 24-25, Volumen XXVII, 1990

La Primera Bienal de Novela José Eustasio Rivera, convocada por la Fundación Tierra de Promisión, con un jurado integrado por los escritores Néstor Madrid Malo (q.e.p.d.), Benhur Sánchez y Gustavo Alvarez Gardeazábal, concedió el primer premio a la novela Venturas y desventuras de un frenáptero, del escritor vallecaucano, radicado en Jalapa (México), Marco Tulio Aguilera Garramuño.
Hasta aquí la fría noticia. Ahora ese libro es publicado, con intenciones seguramente comerciales, como Los placeres perdidos. ¿Desacierto? Tal vez. El hecho de que nadie sepa qué es un frenáptero no invalida un título más acorde con la personalidad del autor (y de sus personajes, todos frenápteros) y más acorde con sus ya conocidos libros anteriores, entre ellos Breve historia de todas las cosas (1975), curiosa trama cuyo laberinto se desenvuelve, imprevisiblemente, en Costa Rica, o los espléndidos Cuentos para después de hacer el amor (1983), que constituyen, sin duda alguna, junto con La nave de los locos de Pedro Gómez Valderrama, los mejores libros de cuentos de autores colombianos publicados en la década de los ochenta.
¿Qué es, pues, un frenáptero? Aventuro una hipótesis etimológica: la palabrita podría provenir del griego y querría significar: ‘inteligencia sin alas’ o ‘espíritu sin alas’. Frenáptero: "cazador metafísico", dirá el autor, aludiendo al protagonista. "Si alguna vez hubo en Cali —ciudad que se precia de albergar especímenes humanos en los que el esplendor es costumbre y espectáculo— un mancebo digno de ser amado por todos, todas, siempre sin tacha ni pausa ni reposo, ese ser magnífico fue Adolfo Montañovivas".
La presentación no otorga ni pide tregua. De ahí en adelante veremos que Adolfo, extraído de las alturas del barrio San Fernando y de las aulas del San Luis Gonzaga, en "la ciudad más depravada y gozona de Colombia", es el único y absoluto personaje, y hablar de un solo personaje siempre ha sido ardid que da buenos resultados.
Como aproximación a lo real, no hay problema hasta aquí. Pero basta una breve ojeada en la obra de Aguilera para advertir que en ella conviven en perfecta armonía la cruda realidad de seres humanos y otras bestias comunes con el mundo mágico del libro de los seres imaginarios. El frenáptero debe ser, desde una nueva óptica, un primo de los cronopios o de las famas, pues. son de una misma estirpe, o del rinoceróptero célebre de "Amor contra natura", uno de los Cuentos para después de hacer el amor en el que un ingenuo rinoceronte se enamora de un desgarbado helicóptero, nuevo acuerdo entre esos dos mundos aparentemente irreconciliables, o de los perratas que por aquí van y vienen, o de las tenyerinas, criaturas que oscilan entre anfibio y ave, o dé los extraños bibbis, o de los elefantes terrestres, marinos y volátiles, o de los toxitls muy aztecas, al menos de nombre. Un toxitl puede ser cualquier cosa; desde una cruza entre un chontaduro y un axolotl, criada en Jalapa o en Tetzaltenango, hasta el nombre propio de una de las mónadas de Leibniz, si bien es cierto el autor adviene que las mujeres seguramente son una forma evolucionada de toxitl, lo que nos acerca a más atrevidas perspectivas.
lgualmente, en Los placeres perdidos reaparecen los hermosos saúdes, esos "seres de ojos inmensos y tiernos, como los de los antílopes, y que sufren si no son acariciados con arte y paciencia". Y es que, como recalca más adelante Aguilera, "para saber a ciencia cierta si una persona es hermosa o detestable, es necesario someterla a un largo tratamiento de besos y caricias".
El inicio del recorrido es un tanto arduo y se presenta, engañosamente a mi parecer, como un aparte más de esa inmensa novela mediocre que se está escribiendo día a día en Colombia y que parece provenir siempre de un mismo autor, aunque quizá, en este caso, un poco por encima del nivel general —por lo menos no es sórdida aunque por ahí afloran resentimientos, acaso no injustificados, contra un conocido concurso literario—, que oscilan entre lo cotidiano y lo vulgar, con un ambiguo erótico que denuncia los mil años de tabúes que llevamos encima, con un contundente violento y un aberrante sórdido, aditados con tal cual metáfora que apana del lenguaje callejero lo suficiente como para ameritar la imprenta.
Todo huele, en las primeras páginas, a apuntes guardados en un baúl en espera del concurso redimidor, pues se advierten en principio todas las características de novela de aprendizaje, de ejercicio juvenil. Costumbre de nuestros escritores: enviar una novela a un concurso viene a ser casi como comprar lotería; al fin y al cabo, cualquier día los jurados pueden caer en la trampa...
Adolfo, el frenáptero, es apenas un tipo chévere, uno de esos arquetipos que pueblan cuentos y novelas colombianos. Resulta ser un personaje no tan atractivo como nos lo propone Aguilera Garramuño. "Aedo de piano portátil ", intenta deslumbrarnos con su exterior hermoso, con su inasible, insosegable alma de colibrí, con sus desplantes pretendidamente pintorescos de hippie de los sesenta y revolucionario trasnochado, nutrido en Lenin y en "las iluminadoras comilonas de hongos en los valles aledaños a Cali", es decir, en las "sendas escondidas de Pance". Adolfo es especialista en la materia. El complemento es obvio: la suya es una filosofía no escrita en libros ni estudiada en universidades. Está lejos de la introspección, lejos de la metafísica, lejos de las profundidades de la conciencia. Sus ideas de homo ludens son puro divertimiento, puro juego inocente o escapatoria de la realidad: "carpe diem"... para Adolfo, "un perro que se muerde la cola no es un perro que se muerde la cola, sino una trampa puesta en medio del camino para que nos detengamos a contemplar una imagen viva del infinito", porque la realidad es "una obra de arte que está esperando el ojo iluminado". Desde luego, el tema no lo agotó Fernando González, y el frenáptero se muestra capaz de suscitar reflexiones en el lector, porque es preciso decir que Aguilera Garramuño maneja todo un lenguaje de símbolos que oscilan entre el mamagallismo y la metafísica: Véase un ejemplo: "La postreridad: que otros se coman el postre que uno prepara con tanto trabajo".


Cuando Adolfo sale, va a ver y a que lo vean, a sentir envidia de los demás y a que los demás sientan envidia de él. Es un peripatético, nutrido en calles y bailaderos, rebelde e iconoclasta que no se acuesta con sus hermanas porque ya muchos lo han hecho con las suyas, aunque no tiene inconveniente en noquear a su madre con un recto a la mandíbula. Lo triste es que aquello ya no nos conmueve en demasía, salvo acaso porque la mano, como en la leyenda que han propagado por siempre las madres precavidas, se le arruga al hijo agresor.
Su programa vital comprende desde reformar el paisaje hasta abolir la televisión, ese demonio, pasando por rascarle los testítulos al infinito, tutearse con las esencias, tomar el té con los arquetipos platónicos, admirar amaneceres y crepúsculos a pesar de la presencia inmediata de "los mastines del orden", pero, ante todo, escribir la ración diaria de literatura sin la cual la vida es imposible: "¡Un cálamo, un papiro, una corteza de maple, un cuero de cabra del Sinaí, rápido, lo que sea, tengo que escribir una idea que se me escapa!...".
Seductor a su pesar, su figura es "una visión desquiciante". "Hombres, mujeres y bestias caen abatidos fulminantemente por su encanto y sienten la necesidad angustiosa de hincar el diente real o figuradamente en su carne de ave celestial... Los recursos para llegar hasta Adolfo han sido tan diversos como los matices del verde en la selva amazónica al amanecer".
Bisexual aunque casi asexual, sus vicios sirven para símiles y metáforas atrevidos: "No he tenido tiempo para decidir si me gustan más las mujeres que los hombres. Creo que prefiero a las lombrices de tierra después de la lluvia". O este otro: "los ojos del profesor se abatieron sobre los de Adolfo como garras en cuellos de gorriones y picas en nucas de Flandes". El prefiere el amor a lo Dante y Beatrice, amor emocionante pero "sin desagradables intercambios de secreciones", pese a que se topa a menudo con mujeres con intenciones aviesas y "no ignora que tras los ojos de admiración mística hay bestezuelas golosas que más vale no convocar", porque "todas quieren lo mismo, cochinas, prosaicas. No me opongo al acto sino a la prisa... Al amor se debe llegar como a la cima de la montaña más alta".
Adolfo simplemente habla, divaga. "Adolfo, las señoras y los elevadores tienen largas y tórridas historias dignas de ser contadas". La novela es apenas una disculpa para perorar sobre lo que se le ocurra al autor. Capítulos hay que, como éste, rezan en su encabezamiento: "IV. Pequeña cuasitragedia, para mujer que puede ganarle discusión a Borges, ambiente desolado y Gandul, con peligroso entremés del frenáptero entre las garras de las perratas y las uñas pintadas de la Poeta Lujuriosa". Los recursos líricos no se improvisan: "Consideremos ahora la gran diferencia que hay entre tu piel, tan suave y disfrutable, bajo la cual hay músculos mullidos que parecen llenos de espíritu de alta nube, y mi piel, erizada de vellos, que oculta músculos rígidos, protuberantes, desagradables, como un vil sistema de correas y poleas carente de toda poesía". O estos dos: "y se miran divertidos los dos abrazados en el centro del espejo, en medio del escándalo anticuado de sesenta bombillas de diez voltios" y "más insultado que una hetaira romana en manos de la baja plebe o tan vapuleado como una mujer adúltera en el Antiguo Testamento".
A veces son breves sentencias o aforismos propios, espetados de repente: "No hay como las largas antesalas para la alimentación de la cultura personal: en aquella ocasión leí 500 páginas de La guerra y la paz ".
"Si uno les dice piropos a viejas secas como espartos, éstas reverdecen".
"La sociedad se inventó para liberar al hombre solitario del peso de su propia conciencia y para que se mantenga ocupado en imbecilidades".
"Soy más inútil que una vaca, pero menos perjudicial que un policía".
"Cuando uno es feliz más vale no hacer preguntas".
"Ahora me doy cuenta de que relativamente es la palabra perfecta: quiere decir que sí sin conceder del todo, y quiere decir que no, sin ser descortés".
"La palabra impúdicamente me agrada: vamos a ponerla en práctica".
Es inevitable aquí la referencia a la sombra de Swann, de sus muchachas en flor y de las magdalenas mojadas en té, cuando Adolfo permanece cinco años sumergido en el primer volumen de Proust, cuya obra espera rehacer "a la colombiana". También rondan los acentos kafkianos: "Parece que su propósito era convertirse en un monstruo insecto ", o "una mañana al despertar Adolfo descubrió que se había vuelto a transformar en un monstruoso ser solitario". En todo caso, por doquier hay guiños de ojo a los buenos lectores.
Hermosa es su vivencia personal de los libros que dirige. "Con don Quijote anduvo quebrando vitrinas a pedradas y liberando maniquíes fríos e indiferentes. Con Funes el memorioso le entró un delirio nemotécnico que lo iba llevando al manicomio. La lectura de El licenciado Vidriera estuvo a punto de mandarlo al hospital y con Dante recorrió los círculos del infierno en un bailadero de salsa, donde "conoció fugazmente la cara de la muerte cuando un moreno extraviado entre el alcohol y una mujer maldiciente, lanzó un puñal al azar, que se clavó a tres dedos de su carótida".
Su mundo es extraño, sonoro; claro está que eso no basta para hacer una literatura; tener una boa constrictora de mascota tampoco es literatura. Sin orden ni concierto desfilan por estas páginas Mahoma, Heráclito, Descartes y su silla turca, refugio del alma, Bach, Ravel, Mastropiero y su cuernófono dipituitario, Dick Tracy, Mandrake, Drácula, Nietzsche, Descartes, Carnap y su "Demostración matemática de la inexistencia de Dios", refutación a Spinoza, Lautréamont, el Filósofo de Envigado, Robbe-Grillet, Gramsci, Roberto conde de Flandes, el más grande insultador de la historia, el poeta Antonio Llanos languideciendo, en un manicomio atroz, un frailecillo extraído de las Memorias de Casanova, un perdido fanático propulsor de las Cruzadas, un profeta de tercera línea que apenas si es nombrado en la Biblia, junto con ángeles de mala calidad cuyas alas se deshojan al menor golpe de viento y con lugares biensonantes como la Mongolia Central, equivalente al éxtasis, al paraíso, Ratisbona, Fuenteclara del Ebro... (Sartre aseguraba que los de nombre más hermoso eran Aranjuez y Canterbury).
Adolfo afirma, por supuesto, que la gran literatura del siglo XX es la que se esconde en las tiras cómicas. No ha acudido al suicidio por no haber conseguido dar forma definitiva a su carta de despedida aunque sí a su epígrafe: "No pongan flores sobre mi tumba pues soy alérgico", lo que no le impide elaborar un fino Manual del suicida doméstico.
El marco temporal de la novela es irrelevante. Si la página 105 nos ubica en 1974, por la 196 estamos en 1978. En la 241 estamos en 1982, aunque en la 195 ya ha muerto Juan Pablo II. En verdad, poco importa.
Los personajes secundarios apenas sí son dignos de mención: Polibio de Megalópolis, líder universitario; Gandulín, cuya madre "le ganaría en discutir a Duns Scotto, a Erasmo de Rotterdam, incluso a Borges" (¿no será esta una mala interpretación de las capacidades intelectuales del argentino, más dado a "sugerir" que a "vencer"?); Mariño, poeta que, como todos los poetas colombianos, "está estudiando francés en la Alianza y sueña con ahorcarse colgándose de un poste de luz en París". Los niños, Lorena y Tato, son depravados: "Yo sólo espero que los niños no cambien, dice Adolfo, que conserven íntegras sus capacidades perversas". Lorena, sobra decirlo, a los siete años sueña con hacer el amor con su tío Adolfo: "-Por favor, tiíto, no te rasures que me gusta tu piel rasposa —le dice— y por la noche, cuando no estés, el ardor en mi carita me traerá hermosos recuerdos ". La presencia final de Albamarina, con su figura de princesa de Alfa Centauro, da relumbre a la novela. Su papel es perturbar a los adeptos de Adolfo, llevándolos a crisis terribles. Pero lleva a Adolfo al amor (hoy hace amor, dice al despertar), en escenas de una ternura infinita: "Luego nos acostamos a descansar y a darnos besos. Unos 700". Son el doncel y la doncella de oro. Más aún: son felices. Lo que consiste simplemente en "alternarse la flauta dulce, cantar dúos, hablar de instrumentos musicales, admirarse mutuamente y darse muchos besos. La metáfora pertinente y atinada da a las escenas eróticas cierta frescura y aun majestad: "El pelo se desparramaba sobre la sábana blanca y era como si allí mismo estuviera estallando una supernova... Me dediqué a besarla hasta que mis labios tropezaron con el más fresco rincón de su existencia". O esta bella comparación donde parecen agotados todos los recursos: "Sus dos pechos eran como las narices de dos ardillas dormidas. Su sexo parecía el dorso de un delfín hundiéndose en el agua cristalina de sus muslos ".
Y es que la novela, con el correr de las páginas, va adquiriendo cuerpo, majestad, se va poetizando. No solamente asoma la literatura sino que empieza a rondar lo magistral, para acercarse y rematar al final con fanfarria triunfal.
El frenáptero propugna la aparición de un nuevo superhombre: "Para que surja el nuevo hombre es necesario que asuma el sentido de su propia irresponsabilidad". "El poder para los imbéciles. La libertad y la irresponsabilidad para los frenápteros". De ahí acaso la dispersión del relato. No se divisa un hilo conductor. Con el mayor cinismo Aguilera termina una aventura por aburrición, o simplemente no la termina. Adolfo soluciona todo acudiendo a expedientes demasiado sencillos, deus ex machina que descienden para suprimir los problemas. Paradójicamente es entonces cuando brilla la literatura, bendita musa irracional. Es especialmente notoria en el viaje a Grecia, con su "bello desastre de las islas dispersas", en una cubierta de buque olorosa a camellero egipcio, a aguador armenio, a puta parisiense o a pisaverde de Turín, donde advierte Adolfo que su verdadera vocación siempre había sido la de cuidador de cabras en Hipogasto.
Al final de cuentas, vemos que la novela no está lejos —creo personalmente que la supera con creces— de aquella muy mentada y sin duda sobrevalorada —lo que hacen el prestigio del suicidio y de la juventud— Que viva la música de Andrés Caicedo.
Quiero finalizar con una reflexión, ojalá provechosa. Aguilera Garramuño demuestra, una vez más, que nuestra riqueza expresiva —hablo no sé si de la del latinoamericano, del hombre del trópico o del tercermundista, que no los he conseguido ubicar porque no soy sociólogo— se esconde en nuestro sistemático repudio a los sistemas y a las academias y florece en el caos inteligente. La lectura de una obra como ésta invita —¡oh desgracia!— al análisis socio-político (¡qué horrible!). Un personaje se impone hoy en las letras: el desadaptado urbano, incoherente, soñador, mamagallista y, sobre todo, intrascendente. Su historia —a lo más— nos hace reír o nos pone los pelos de punta y puede ser el pretexto para una bella novela. Creo descubrir en la literatura más actual un nuevo rumbo. Se trasluce en ella el anhelo, la esperanza de una vida mejor, más justa. No ya el llanto y la ira que propagó una desesperanzada Latinoamérica antes y durante el boom.
En este caso, en particular, encuentro patente la influencia de la narrativa mexicana actual (¡Dios tenga en su seno a Jorge Ibargüengoitia!), tan lúdica y gozona. Ya no habla la voz de Onetti ni la de Rulfo. Ya hay una capacidad para reír, así sea a costa de nuestras insensateces, dentro de un nivel de vida soportable. Es, lo entreveo, el despunte de una nueva generación, ávida de paz y de progreso.




LUIS H. ARISTIZÁBAL
Deascabezadero 22
Diario (no lunático por favor) de un escritor
Sobre el Concurso Internacional de Novela Alfaguara


Por razones quizás egoístas, narcisistas o publicitarias, le he seguido la pista al Concurso Internacional de Novela Alfaguara. Tengo que decir que en términos generales la lectura de las novelas premiadas ha resultado en decepciones cada vez más agudas e infecciosas. Desde que premiaron La piel del cielo de Elena Poniatowska, en el 2001, hasta la fecha, las obras han sido no de una gran pobreza literaria, sino, diría, de una miseria francamente deplorable. La del 2007, Mira si te querré, del español Luis Leante, está tan mal escrita que a veces resulta risible. Cualquier best seller por lo menos debe pasar por una corrección de estilo. La del español no pasaría un examen serio en ninguna editorial que se respete. Las tonterías alcanzan niveles sublimes. “Se pellizcó mentalmente para convencerse que no estaba soñando”, dice el narrador que parece tener un coeficiente mental de jumento poco ilustrado. Las líneas de diálogo son poco brillantes, por no decir innecesarias. La temática y el espacio de la novela son interesantes: el norte de África y la vida de sus habitantes. (El jurado ha valorado la fuerza expresiva con que se describen los paisajes y la vida de la última colonia española en África, convertidos en escenario de una historia de amor que marca la vida de los protagonistas, reza el acta del jurado).
No sé si se premió el exotismo o una historia de amor aplazado muchos años, como el de El amor en los tiempos del cólera. He de decir que abandoné la lectura a mitad de la dizque novela.
La que sí leí completa fue La piel del cielo, de Poniatowska, y la leí completa por envidia y rencor. Y es que mi novela El amor y la muerte¸ fue finalista en esa edición del concurso. Una mala novela me quitó 175 000 dólares, un apartamento con piscina y vista al mar en Boca del Río y la posibilidad de asolearme rascándome el ombligo durante muchos años. Y eso no se olvida. No creo estar pecando de parcialidad al decir que la obra de la mexicana es pedestre en todos sus extremos. Es tan mala, tan sosa, que todavía años después de su lectura me acuerdo de sus defectos: diálogos estúpidos y didácticos, personajes sin personalidad, inclusión de capítulos en los que se hacían recorridos por la historia de las instituciones mexicanas —eso puede permitírselo Fuentes, que tiene un estilo inteligente, brillante y que siempre tiene algo que decir—, exhibición de cursilería rampante y a veces hilarante. (Que yo sepa, la novela tuvo dos notas o reseñas en México: una en la revista Proceso, en la que la novela de La Poni fue reducida a escombros. Otra, fue una mención pasajera de Carlos Fuentes, recomendando la obra, casi seguramente por compromiso: Elena es su amiga y Alfaguara su editorial.) Se premió, me dije, una trayectoria política y se privilegió la posibilidad de tener buenas ventas.
Resulta que a partir de cierto punto, hay autores que venden lo que sea. Ya están blindados por la publicidad y poco interesa al lector la calidad de lo que leen, les basta ver un nombre famoso en la portada.
Otra novela premiada por el Concurso Alfaguara fue Delirio (2004) de la colombiana Laura Restrepo. La obra hubiera tenido cierto valor si no copiara casi milimétricamente el estilo de Saramago (esa ausencia total de puntos y ese abuso de las comas, que convierte las escenas en un mazacote, una especie de torta alquímica, de la que es difícil separar el oro). Lo que pude sacar en limpio de esta novela es un relato bastante interesante pero no lo suficiente para pasar por encima de un estilo sin dique alguno.
Una novela que, a mi modo de ver, se salva, es El diablo guardián, premio Alfaguara 2003, de Enrique Velasco: una buena historia, estilo ágil, desfachatez del narrador, un personaje memorable…Desgraciadamente, tras la publicación de esta novela, Alfaguara publicó un volumen de textos de Velasco, graciosos pero intrascendentes del todo.
No hablaré de mi novela El amor y la muerte, que si bien no ganó el concurso, sí fue publicada en Alfaguara con un generoso adelanto en dólares y recibió un modesto alud de comentarios en general positivos y a veces muy encomiásticos, y no precisamente de reseñistas amañados, sino de escritores y críticos respetables.
La conclusión es casi evidente: premios como el que concede Alfaguara sirven para tres cosas. Uno: engordar las cuentas bancarias de algunos autores a veces poco dotados. Dos: sirven para vender productor en general de baja calidad. Tres: sirven para espantar a los pocos lectores que quedan en el mundo.
A largo plazo pienso ganar la carrera. O por lo menos divertirme en el intento, como dice la sabia filósofa Laetitia Moon.
Tolstói , las caprichosas mujeres y la compasiva autosatisfacción
Descabezadero 21
Diario de un escritor


La publicación de los diarios personales de Lev Tolstói —a quien se le ha conocido como León Tolstoi en castellano— ha actualizado la posibilidad de penetrar en la personalidad íntima de uno de los más grandes novelistas rusos, autor de por lo menos dos de las más trascendentes novelas que ha producido esta atribulada humanidad: Ana Karenina y La guerra y la paz.
Los diarios, en una edición y traducción de Selma Ancira (Conaculta y Era,2001) nos muestran a un persona obsesionada por algunos asuntos que han perturbado a todos los seres humanos. Citaré algunos párrafos más dicientes que todo lo que yo pueda decir:
Las mujeres. “Comienzo a acostumbrarme a la primera regla que me impuse y ahora me impongo otra, la siguiente: considera la sociedad femenina como un disgusto inevitable de la vida de la sociedad y, en la medida de lo posible, mantente alejado de las mujeres. Porque, en realidad, ¿de quién provienen la lujuria, la voluptuosidad, la frivolidad en todo y otros muchos vicios si no de las mujeres”
Las mujeres y el dinero. “Los maridos, con desagrado, con esfuerzo, con amargura, ganan el dinero por medios que les son odiosos a ellos mismos, y las mujeres inevitablemente con insatisfacción, con envidia hacia los demás, con amargura, lo gastan todo y aun les parece poco y en la imaginación se consuelan con la esperanza de ganar un billete de lotería”.
Las mujeres, la tontería y las suciedades. “Sí, el reino de las mujeres es una desgracia. Nadie es capaz como las mujeres de hacer tonterías y suciedades de una manera pulcra y hasta gentil y sentirse plenamente satisfechas.”
Conste que son las opiniones de Tolstói, no las más. En pocas, muy pocas ocasiones, tiene Tolstói palabras generosas hacia las mujeres. Su trabajo como escritor lo absorbe. Se ocupa poco de asuntos domésticos. En una ocasión considera que su esposa es “como una piedra de molino”, que lleva atada al cuello y con la cual debe cargar. Fantasea frecuentemente con la muerte de su mujer y de hecho, en su novela más famosa, Ana Karenina, la protagonista termina arrojándose a las vías del tren. Uno de los motivos frecuentes de sus reflexiones es la necesidad de purificarse mediante la abstinencia sexual. Sin embargo la lujuria, la lascivia le torturan y en ocasiones recurre a la autosatisfacción y a las prostitutas, lo que le ocasiona frecuentes cargos de conciencia. En muchas entradas de su diario encomia la abstinencia, y en otras confiesa haber incurrido en excesos inconfesables. Recuerdo que hace muchos años escribí un artículo en Punto y aparte. Se titulaba Beethoven se masturbaba. No dudo que lo haya hecho. Tolstói lo hacía con frecuencia y lo consignaba en sus diarios, que evidentemente no escribía para publicarlos. Se autosatisfacía, particularmente cuando su esposa tenía periodos de rechazo, que se prolongaban por mucho tiempo. Pero esos son temas que los hipócritas tienden a soslayar, a negar, mientras que posiblemente jueguen a los dados obsesivamente. Quién sabe de cuántos crímenes se haya salvado la humanidad gracias a esa práctica solitaria y de elemental supervivencia psíquica.
La virtud y la lascivia. Dice Tolstói que la virtud no conviene a los grandes hombres. Que en realidad los grandes hombres han sido grandes pecadores. Escribe: “Así viven los mejores de los hombres: sin pensar en absoluto en la virtud”. Para estos hombres limitarse a una mujer es una traba. “Lascivo no es una injuria, sino un estado, un estado de inquietud, de curiosidad y de necesidad de novedad, que se desprende de relaciones que tienen como fin el placer no con una persona, sino con muchas”.
En ello coincide con el gran poeta ruso Pushkin, quien en su Diario, que muchos consideran apócrifo, justificaba sus desafueros sexuales (se acostó con todas las mujeres que tuvo a su alcance; incluso con sus parientas, y su muerte fue en un duelo motivado por asuntos pasionales) diciendo que necesitaba alimentar su literatura con experiencias diferentes a las del matrimonio convencional.
¿Quién entiende a la naturaleza humana? Si alguien tuvo altos ideales fue Tolstói: se ocupó de los campesinos, fundo una granja comunitaria para ellos, pregonó la necesidad que el hombre tiene de actuar de acuerdo a su conciencia, trabajó al lado de los humildes, segó el heno, cosió con sus propias manos botas y… escribió dos de las más grandes obras que ha concebido la humanidad. El hecho de que los grandes hombres han sido grandes pecadores es irrefutable. A veces la virtud, la ortodoxia, resultan ser grandes lastres para el progreso de la humanidad.


1ª, 2ª y 3ª parte Descabezadero 12, 13 y 14
Diario de un escritor







No había visto a García Márquez desde hacía quince o veinte años. Se me metió en la cabeza que mi esposa debía conocerlo. Ella es su gran admiradora. Entre sus obras preferidas están El amor en los tiempos del cólera y el cuento “El rastro de tu sangre en la nieve”. Leticia dice que ningún escritor tiene el encanto de García Márquez. Muchos lectores comparten esta opinión. Yo lo admiro pero tengo mis reservas. Reconozco que estoy obsesionado por su figura o tal vez por su fama. Aunque en verdad debo decir que no envidio su vida, eternamente acosado. Si hay algo que aprecio es que no me llamen a deshoras, que no me acechen en la calle, que no me pidan autógrafos. Un autógrafo de vez en cuando, pero no diez en línea. Unas cinco o seis invitaciones nacionales y dos al extranjero al año. No veinte o treinta diarias, como le sucede a él. Hay claras diferencias entre él y yo: Gabo es tímido; yo atrevido; Gabo es reservado, yo exhibicionista. Gabo poco adicto al deporte; yo fanático. Desde que le dieron el Premio Nobel se volvió inalcanzable. Antes lo vi cinco o seis veces: en Bogotá, Xalapa, Coyoacán, el DF. Cuando se descubrió que tiene una enfermedad grave, se recluyó con mayor reconcentración. Declaró que ya no iba a aceptar más premios, reconocimientos ni invitaciones. Dijo que ni una entrevista más. La publicación del primer tomo de sus memorias Vivir para contarla, no tuvo el estruendoso éxito que se esperaba. A mí particularmente me dejó un sabor de incompletitud, de falta de sinceridad, de excesivo auto elogio, y así lo manifesté en un artículo en la revista Crítica de Puebla, artículo que titulé “Crónica de lectura de Vivir para contarla”. En ese texto yo sostenía que las verdaderas memorias de García Márquez no eran ésas, sino otras, que debía tener guardadas en una caja fuerte. Me atrevo a suponer que García Márquez no siguió escribiendo sus memorias porque prefirió tener una vejez tranquila, al lado de Mercedes (es curiosa esa relación de Gabo con su esposa: ella siempre ha estado a la sombra tal vez porque esa ha sido su opción de vida. Mientras él habla sobre libros —sobre sus libros—, ella conversa sobre sus compras en las grandes tiendas de París.) Pues como se me metió en la cabeza que mi esposa debía conocer a Gabo, un día decidí caerle por sorpresa en su casa en la Calle Fuego. Resulta que, o Gabo no estaba o no quiso recibirnos. De todos modos le dejé el manuscrito de una de mis novelas inéditas y nos tomamos fotos frente a su puerta. El fin de semana pasada decidí insistir, ya solo, sin mi esposa. Tardaron mucho en atender el llamado del timbre. Una ventanita se abrió a la altura de mis ojos y una mujer de edad juvenil, demasiado joven y guapa para ser sirvienta, me preguntó qué deseaba. Quiero ver a don Gabriel, soy su compatriota, me apellido Garramuño. Los ojos de la muchacha se iluminaron: ¿El de los cuentos? Le respondí que sí, tratando de entender una complicidad que sospechaba pero de la cual no estaba seguro. Evidentemente no era una sirvienta. Tal vez se trataba de una sobrina o de una hija de su hijo Gonzalo. —Mire, no sé si quiera recibirlo. Hay orden de no recibir a nadie. Lo voy a anunciar sólo porque me gustaron sus cuentos. —Nada más dígale mi apellido, mi segundo apellido, Garramuño, el de la novela de todas las cosas. Dígale así: “Garramuño, el de la novela de todas las cosas”. Si no quiere recibirme, me lo dice y me voy. Volvió a cerrar la ventanita. Me apoyé en la puerta, levanté una pata y la puse contra ella, crucé los dedos. Me fumé un par de cigarrillos —llevo años tratando de abandonar el vicio pero no lo logro. En realidad es uno de los dos vicios que me quedan. Es decir, soy casi un santo. Escuché una discusión. Creí escuchar la palabra “nadie”, pronunciada casi a gritos por otra voz femenina. Debe ser Mercedes, pensé. Mercedes, la que me debe una invitación a comer, me dije. No sé si le simpatizo a la esposa de García Márquez. Pienso que no. En las pasadas entrevistas —que le hice a la traición a Gabriel— de alguna manera me burlaba. Decía que yo iba a ser mejor escritor que él, que El otoño del patriarca era una novela indigesta, que Gabo escribía cuentos de hadas, que Ojos de perro azul era un libro que me avergonzaría firmar, que Gabo se exhibía como seductor ante las cajeras del Samborns. Pasaron varios minutos. Finalmente se abrió la puerta y fue el mismo Gabo quien apareció. No andaba con bastón, sus ojos se veían brillantes. No estaba encorvado. No era un hombre derrotado por la enfermedad. Más bien parecía un monje budista sorprendido en el momento de conquistar la serenidad. En lugar de estrecharme la mano me abrazó, como la segunda vez que nos vimos en el Hotel Xalapa. —No conozco a nadie tan terco ni tan pesado como tú, Garramuño, qué quieres. Hace más de treinta años me dijiste que te ibas a casar… —Y tú me dijiste: “Ya te jodiste”. —¿Te jodiste? —No. Estoy bien. —Tienes razón: no te jodiste. He recibido tus libros uno tras otro. —¿Y qué te han parecido? —Ya te dije hace muchos años que no voy a hablar de tus libros. Una palabra mía alabando lo que has escrito bastaría para joderte el resto de la vida.
(continúa abajo)


2. Continúo con la crónica de mi reciente visita a Gabo. Nos quedamos en que yo le había mandado por correo todos mis libros uno a uno a lo largo de los años.
—¿En privado no me podrías decir qué te han parecido mis libros?
—No —dijo enfático, casi enojado— que te baste con saber que no los he tirado a la basura.
Atravesamos dos salas, una estancia con marquesina y muchos helechos, entramos a un jardín, en el que había una fuente y una especie de arroyuelo que no logré ver dónde se perdía. Entramos a una cabaña de madera rústica. Mi estudio, dijo.
Se suavizó. Dijo que guardaba mis libros con cariño, e incluso me llevó al librero donde estaban. Allí los vi, bien alineaditos: Breve historia de todas las cosas, Alquimia popular, Mujeres amadas, Paraísos hostiles, Las noches de Ventura/Buenabestia, La hermosa vida, La pequeña maestra de violín, Cuentos para antes de hacer el amor, Cuentos para después de hacer el amor, Eroticón frenáptero (inconseguible en México), La pequeña maestra de violín, El pollo que no quiso ser gallo, El ojo en la sombra, El amor y la muerte, Poéticas y obsesiones, Los placeres perdidos. Todos estaban dedicados, con dedicatorias a veces insolentes, a veces llenas de afecto.
Incluso tenía libros que yo ya no tengo, como La cuadratura del huevo y El arte como problema. Mis libros estaban al lado de los de Álvaro Mutis. Entonces era cierto lo que me había contado Fabio Jurado: que en sus libreros Gabo privilegiaba los libros de Mutis y los míos.
—¿A qué viniste?
—Quiero verte antes de que te mueras o antes de que me muera yo. Eres como mi madre: por tu culpa empecé a escribir y siempre me han comparado contigo, para bien y para mal.
—¿Y para qué diablos quieres verme?
—Porque eres el único genio literario vivo y yo soy tu sucesor. ¿Sabías que estoy escribiendo una parodia de Cien años de soledad?
Gabriel fermentó una larga sonrisa no sé si de menosprecio, superioridad, comprensión, piedad o rencor. Recordó varias escenas: cuando nos conocimos en el local de Alternativa y yo le dediqué mi primera novela así: “Para García Márquez, a quien pienso matar literariamente”; cuando nos vimos en el Hotel Xalapa y él prefirió reunirse con una apetitosa y gordita periodista (recuerdo su nombre, Rosa Elvira Vargas, ahora trabaja en La Jornada) en lugar de cumplir una cita conmigo (recuerdo que yo me enojé y quise regañar a Gabo: él me respondió así: Cachaco tenías que ser); cuando me invitó a comer tacos en una taquería de Coyoacán junto con varios colombianos; cuando me defendió de los personajes que querían expulsarme del país por pornógrafo…
—¿Así que estás escribiendo una parodia de Cien años de soledad? ¿Crees que tienes los huevos de dinosaurio que se necesitan para lograrlo?
—La historia me juzgará —dije melodramático. Gabo soltó una carcajada.
—Eso es lo que me gusta de Colombia: produce unos locos de miedo.


3. Continúo relatando mi visita a García Márquez en su casa. Nos quedamos en que Gabriel me llevó a su estudio, al fondo del jardín, me ofreció un tequila y me invitó a sentarme en un profundo sillón de cuero blanco. Él lo hizo en una mecedora de abuelita, frente a mí.
Mercedes, la Gaba, andaba rondando como una gata en celo y cada cinco minutos se asomaba al estudio y le decía a su marido: recuerda que necesitas reposo, ¿ya te tomaste tu medicina?, es hora de tomar la presión, ¿no tienes frío?, ¿tienes hambre? A mí me ignoraba por completo, lo que yo debía entender como una invitación a ahuecar el ala.
Le pregunté a Gabo si ya había leído Poéticas y obsesiones, en el que reúno las entrevistas que le hice.
—¿Las entrevistas a la traición?, preguntó.
—Eso, las entrevistas a la traición, dije. Como la que te estoy haciendo ahora.
—No la leí. Tengo libros más interesantes que leer. Por lo menos hay treinta libros que quiero leer antes del tuyo. Además esas entrevistas ya las has publicado en veinte partes y son la culminación de tu vanidad. Me utilizas a mí para hablar de ti mismo
—Tú también te auto promocionaste en el pasado. Recuerdo que en una reunión con Gustavo Sainz inventaste una historia para promocionar un libro tuyo. Inventaste que el manuscrito te lo habían robado. Yo asistí al invento y a la planeación de la promoción. En esos días Sainz era el papa de la cultura de México. Era director del Instituto Nacional de Bellas Artes.
—No me gusta cómo has movido tu carrera. Con premios literarios uno tras otro.
—Tú también hiciste lo mismo. Comenzaste ganando el Premio de Novela Esso en Colombia, luego ganaste otros, y cuando ya eras muy famoso dijiste: ya no quiero más. Yo he participado en concursos y he ganado varios para salir adelante. No tuve una mafia poderosa que apoyara mi promoción. Trabajé solito, desde la periferia, ciudades de provincia. Tú formaste una rosca de gente muy talentosa: Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa, Donoso —que por cierto siempre te tuvo mucha envidia (fui jurado con él en un concurso y me hablaba no muy bien de ti, pero la que hablaba peor era su mujer, Pilar).
García Márquez insistió en que no le interesaba leer las entrevistas que le hice. Dijo que abominaba de todo lo que fuera divulgación de su imagen, de sus opiniones.
—Ahora mi vida es escuchar vallenatos, Brahms, Bartok, cuidar a mis nietos, leer…
—¿Escribir?
—Eso es asunto privado. Si no supiera que eres chismoso podríamos hablar de todo. Ya sé que vas a escribir minuciosamente todo lo que yo diga o haga. Apuesto que ya me contaste las manchas que tengo en la cara, el temblor de mis manos, ya anotaste cómo estoy vestido. No dudo que me hayas olido a fondo cuando cometí el error de permitir que me abrazaras.
—No fui yo el que te abrazó, Gabo.
—No serás el mejor escritor de Colombia y del mundo pero sí el rey de los vanidosos.
—Mis defectos son mis virtudes.
—Esa frase es mía, Garramuño.
—Hace años también dijiste que yo te había robado un título: Cuentos para antes de hacer el amor —dije.
—…Y me lo robaste.
Ya no quise seguir discutiendo.
—Y esa novela que va a ser mejor que Cien años de soledad ¿de qué trata?
—De la vida en un pueblo más divertido que Macondo. Un pueblo lleno de putas y de beatas, de bobos y de locos, de judíos, españoles y gringos.
—Si tiene putas va a ser una novela divertida.
Cambié de tema. Le pregunté que cómo estaba.
—Si algo quisiera en la vida en este momento es no ser nadie, salir a la calle y que todo el mundo me ignore. ¿Quieres un consejo? Abandona la literatura y dedícate al basquetbol o a pescar en algún pueblito costero de Veracruz.
Hay otros detalles del encuentro pero se ha terminado el espacio de esta columna.
Entrevista de Julio César Martínez

¿Por qué se ha dicho que tu trabajo narrativo es erótico?

Hay que diferenciar entre los que han dicho que es erótico para menospreciar y los que han estudiado el carácter erótico de lo que escribo como un valor literario. Los primeros han intentado localizar lo que escribo en un área que a veces consideran con reservas. Lo erótico es un área del arte y del ser humano tan válida como cualquier otra y tal vez mucho más, porque no existe nadie que logre escapar al ámbito de lo erótico. Ni siquiera los sacerdotes o los ascetas pueden negar del todo o reprimir la parte erótica de su humanidad. Dentro de la tradición gnóstica y de la cábala esta negación de la parte “oscura” de la humanidad es muy evidente. Incluso hay un mito que explica que la sexualidad “perversa” se debe atribuir a una demonia llamada Lilith, que fue, según un mito aborrecido por el cristianismo, ni más ni menos, la primera mujer de Adán. Lilith visita a los hombres que duermen solos y copula con ellos. De ahí resultan las poluciones nocturnas y los nuevos demonios. La tradición cristiana tiende a reprimir el placer y a privilegiar la procreación. Eso quizás fue válido en otros tiempos, en los que el mundo estaba poco poblado y la humanidad se hallaba en una etapa primitiva. Yo creo en la evolución positiva de la humanidad, creo que hay un proceso ascendente, hegeliano, y que en este proceso es importante el derecho al placer. El reconocimiento de la importancia de la sexualidad es parte básica de la felicidad del ser humano. Por ello se puede considerar que cualquier literatura seria, que aborde el tema erótico, es tan importante como la literatura que aborde cualquier otro tema, por ejemplo.
Hay otro dato importante: los que califican mi literatura de erótica para descalificala son personas que generalmente no han leído lo que escribo. Por otra parte se han hecho estudios serios sobre el carácter erótico de mi literatura, sobre su capacidad de seducir. El año pasado el profesor Peter Broad, de la Universidad de Indiana, estuvo un año en Xalapa escribiendo un libro sobre ese tema. Mi primera intención al escribir es seducir al lector y para ello utilizo técnicas literarias cercanas a los acercamientos sexuales. He dictado conferencias en varios lugares sobre ese tema y he escrito sobre las relaciones entre la escritura, la lectura y el placer erótico.
Finalmente hay que decir que ninguna literatura en mayúsculas es una literatura erótica, histórica, feminista o lo que sea. La literatura es un río que se alimenta de muchos afluentes y no es correcto caracterizar a ese río solamente por uno de sus temas. En lo que escribo el erotismo es importante, pero está inmerso dentro de un universo de otras variables. El ser humano no es una caricatura que se pueda definir por uno solo de sus características y los personajes literarios tampoco. La literatura, como la vida, deben debe aceptarse como complejidades, no como caricaturas.

¿El erotismo en tus personajes incluye el amor?

La pregunta es profundamente moralista. Implica que el amor legitima al erotismo, lo que es una falacia. El amor legitima a un erotismo, que es el conyugal, o el de pareja, pero hay muchos otros erotismos: el autoerotismo, por ejemplo, el voyeurismo y muchos otros, que forman parte de cualquier personalidad si no normal, por lo menos equilibrada. En lo que he escrito hay muchos tipos de acercamientos al erotismo: desde el convencional, hasta el llamado perverso. Todo depende del personaje que está presente en mis textos. Lo que sí tengo claro es que la mayor parte de lo que escribo es una búsqueda del amor y del sentido de la vida del ser humano, por todos los medios posibles.

¿Existen escenas que pueden considerarse perversas?

Depende del lector y de su grado de convencionalidad o perversidad. De todos modos el concepto de perversión es relativo: lo que es perverso para unos no lo es para otros.

¿Te propones incitar al lector al acto sexual?

No. Me propongo incitar al lector a que disfrute de un buen texto literario. Todo lo que suceda después depende del lector. Pero necesariamente cualquier texto auténticamente literario debe ejercer una transformación en el lector, debe remover sus recuerdos, impulsar cambios de percepción. Un buen texto debe ser como una droga alucinógena: debe abrir las puertas de la percepción y ampliar las de la imaginación.

¿Lo que has escrito te ha permitido conocer mejor al ser humano?

Espero que sí. Cada vez que tengo un personaje en mente debo explorar su intimidad. Si tengo como protagonista a un psiquiatra, necesito que se comporte como psiquiatra, no como albañil. Y desde la superficie debo ir hacia la intimidad, tratando de darle no sólo un perfil sino un volumen, una textura, una humanidad literaria, si se me permite la expresión.

¿Es para ti la literatura un placer?

Escribirla es un placer, leerla es un placer. Mientras no estoy escribiendo me siento común y corriente. Cuando escribo me acerco a Dios, siento que al escribir voy más allá del ser contingente. Hay que ser un poco paranoico para creer que lo que uno escribe vale para otros y mucho más paranoico para creer que algún día serás leído en muchas partes del mundo e incluso en otros tiempos. Sin esa dosis de megalomanía es difícil coronar la empresa de la literatura. El mundo de la literatura no es el reino de los humildes sino el de los soberbios, de los que se atreven a competir con Dios. La humildad es generalmente una pose de algunos escritores, es una máscara, una forma de defenderse de una egolatría monstruosa. De todos modos, como decía no sé quien, es fácil ser humilde cuando se es grande. Yo agregaría: es fácil fingirse humilde cuando se es grande.


Descabezadero 18
Diario de un escritor
Palabras para un diccionario xalapeño y la cáscara de la Magisterial

Corrupción: En Xalapa, al lado de Hidalgo 9, cerca de la Feria Permanente del Libro Universitario, en la pura esquina, se está levantando un edificio de cuatro pisos, con 15 metros de frente y 80 de fondo. Es un bello edificio, sólo que se construye violando —hasta donde puedo entender —las reglas básicas de la construcción en una ciudad. Simplemente no tiene ni un solo cajón de estacionamiento. ¿Quién autorizó esta construcción que va a congestionar más el centro de Xalapa? Pregunta para el flamante presidente municipal.
Mediocridad: ¿Se han dado cuenta los lectores de diarios de Xalapa, que en las páginas editoriales y de opinión no existe nada que valga la pena leer? ¡Que columnas tan aburridoras, tan sosas, tan sin sustancia! ¿Por qué? Sencillo: porque los que allí escriben no tienen nada que decir. Son gente sin cacumen, sin lecturas, sin atrevimiento, personajillos grises que escriben para aparecer en los diarios. Y, ¿por qué es esta gente la que escribe? Porque los diarios no les pagan a sus colaboradores, los explotan. Si los diarios pagaran el talento y la inteligencia, que la hay en Xalapa en abundancia, sin duda tendrían buenos colaboradores. Tal vez los únicos periódicos que se salvan de esta tendencia sean el Punto y aparte y Política. Milenio reproduce lo que escriben los columnistas del DF y está haciendo el intento de buscar talentos locales. Del Diario de Xalapa sólo me interesa lo que escriben Raúl Hernández Viveros y Tobalina. No hay un periódico polémico, no hay un Monsiváis local, no hay innovación, pura inercia. El Diario, que fuera en tiempos de Pabello en periódico moralista, medra con anuncios francamente risibles: Moreno con pepinote; madre e hija en un paquete; quince minutos satisfacción completa; fresitas esbeltas dispuestas a todo; morenota frondosa con perrito, etc.
Se olvidan muchos diarios que una de sus funciones es formar, educar, contribuir al crecimiento espiritual de sus lectores.
Basquetbol: Una de mis grandes debilidades es el basquetbol. Lo juego desde que tenía diez años de edad hasta hoy, que estoy a punto de llegar a los sesenta. En la actualidad lo juego en la cancha de la Magisterial, de 3 a 4 30 de la tarde, bajo un sol achicharrante o con temperatura agradable. Tengo allí buenos amigos, a muchos de los cuales conozco por apodos. La amenaza cachetona es pequeño, fuerte, casi rechoncho, rabioso. Cano es sólido, se mueve pesadamente y a veces mete canastas impresionantes. El doctor llega siempre en bicicleta y cuando se lanza contra la canasta es un tanque que pasa por encima de todos. El gritón es un atrabiliario que grita por todo, insulta, amenaza, pero es un jugador excelente, que mete canastas desde muy lejos. Rafa es un empresario que llega en una camioneta BMW de último modelo. El Bogart un carita, pequeño y hábil, de ojos claros y serenos. El Brozo un muchacho de un metro noventa que tiene sus días de inspiración. Villa es fortachón, tiene más de 50 años, bajo la canasta es imbatible. Pinocho es melancólico, parece moverse en cámara lenta, es buen jugador pero necesita el estímulo de un buen grito para que se mueva. Don Herminio es el decano: tiene 74 años y todavía la mueve: es capaz de meter canasta tras canasta desde su extremo. También a la cancha asiste una morena joven, de muy buen ver, que es la musa de los basquetbolistas. Todos la besan y a todos besa.
Yo soy un jugador de días. A veces no doy una y todos me regañan. A veces llego iluminado y meto canastas inverosímiles. Recuerdo que en mis-buenos-tiempos (hace ya cuarenta años) me llamaban Gancho eterno porque lograba encestar de manera lateral canastas muy difíciles.
Ayer reté a un muchacho de 26 años (él me vio jugar cuando yo jugaba con su padre, hace 15 años, en la mítica cancha de Economía). Uno contra uno. Me ganó 10 partidos de 3. Perdí la apuesta. Tuve que pagar las caguamas. Villa fue testigo. Entre agradables tragos, sudados hasta el tuétano, estuvimos preguntándonos hasta qué edad podríamos seguir jugando. Villa afirmó que si seguíamos así podríamos continuar jugando 15 años más. Ojalá.
Recomendación: a mis cuatro lectores les recomiendo la lectura de una novela llena de imaginación, bien escrita, divertida, muy original. Se llama Tajín 365 y recupera de forma contemporánea los mitos prehispánicos. Es obra de la narradora Beatriz Meyer y del poeta Jesús Pimentel. Fue publicada por Educación y Cultura de Puebla. En Xalapa puede encontrarse en la Feria Permanente del Libro Universitario, Hidalgo 9 y en la revistería de Plaza Museo.


Descabezadero 19
Diario de un escritor
Ensayo sobre la humildad y segunda parte de Benjuil Mnemjian

Humildad. ¿Por qué no intentas ser humilde?, me preguntó una persona que aprecio mucho. Esa sugerencia me hizo reflexionar. También recordar algunas frases. Hay una de ellas que nunca olvido: Es fácil ser humilde cuando se es grande. Entonces, me pregunto: ¿por qué no soy humilde? Tal vez porque no soy grande. Bueno, de edad sí. Practicar la humildad es una forma de la prepotencia. Si uno tiene que practicarla o ejercerla es porque la humildad no le es natural. Y la humildad tiene que surgir espontáneamente, como si surgiera de la propia naturaleza, es decir: con naturalidad. ¿Y qué tal si la humildad es causada por la secreción de alguna hormona? Hmmm. Puede ser.
Como no es correcto dejar a medias nada en esta vida les voy a ofrecer la segunda parte del capítulo de la novela que estoy escribiendo. El capítulo se llama, tal vez recuerden, Benjuil Mnemjian El Todopoderoso. Va de ái:


...después continuó diciendo El Todopoderoso: Tal vez ustedes no me crean y de pronto me van a decir que estaba engañando a la gente. Nada de eso, señores. No señores. Para su información yo soy el resumen de todos los hombres, desde los más insignificantes hasta los trascendentes y no sólo de los actuales sino de los de todas las épocas, desde el pitecantropues erectus, pasando por el sapiens hasta llegar al actual que es el cretinus mandilonus subcoleópterus, subespecie del energumenoides epistolarun ergonómicus. Como es lógico no todos me creen, pero yo sí, y eso es lo importante. Ni cumplo con lo prometido ni dejo de cumplir. La única condición que pongo para realizar lo que ofrezco es que todos me crean y como no he llegado a ese lugar encantado, siempre debo alejarme con el dolor del alma y sin embargo no me doy por vencido, reaparezco en otro sitio, como Nuestro Señor del Garrote. Después de mucho caminar resulta que voy llegando a San Isidro de El General donde reuní una multitud gigantesca y como en este mundo no hay panza sin ombligo la gente se fue convenciendo, con venciendo, ¿entienden?, no sé por cuá, tal vez por la fuerza de mis argumentos o por el poder magnético de mi voz o por la impresionante apostura y presencia de un servidor, con su turbante, su joya destellante en la frente, su blanquísima túnica. O quizás fue el cansancio ocasionado por la espera del milagro bajo el sol de caricatura o alguna confabulación de fuerzas muy especiales de este sitio. Lo cierto es que al principio se reían, después estaban serios como quesos y al final la muche dumbre, es decir, la muy mucha gente, comenzó a emanar un halo brillantísimo que anunciaba la realización de lo irrealizable: ya se sentía temblar el mundo sobre sus cimientos, los ojos se volvían hacia el cementerio a la espera de ver procesiones de muertos, se presentían prodigios, hazañas inenarrables, se oían mil dialectos, se erigían por obra de hechizo mil monumentos de alturas que ligaban el cielo con la tierra, comenzaban a volar por los aires ángeles de todos los pelajes que aterrizaban pesadamente entre los parroquianos y aceptaban un trago, un cigarrito, una invitación a cenar donde Pascual o en Los Camioneros… cuando se escuchó la sirena de una radiopatrulla, un armatoste gigantesco y bruto que frenó como si hubiera estado al borde de un abismo. De aquella carroza funeraria salió un fantoche acaudillado por dos monigotes quienes me tomaron por los brazos sin escuchar mis advertencias de convertirlos en tepezcuintles y aquí vine a parar. Durante el proceso, si a eso se puede llamar proceso, no se me permitió pronunciar una sola palabra, además, mis estimados mostrencos, ¿para qué pronunciarla?... Como ustedes pueden suponer tengo muchas investigaciones por hacer y cuando quiera puedo utilizar mi don de convertirme en un chorro de humo para escurrirme entre los barrotes. Mi primer proyecto es establecer un canal de comunicación entre las 26 dimensiones del universo, mi segundo plan es aclarar el problema de la relación espacio temporal del cuerpo etéreo y después localizar en el cuerpo el sitio exacto donde se aloja el alma y luego revertir el tiempo para enmendar los errores históricos, entender el sentido del pecado en el equilibrio de la humanidad, abrir brechas en el tiempo para viajar al instante a cualquier parte, romper las barreras del espacio para tener al instante una vecindad inmediata con los seres más remotos, transmutar cualquier metal en oro sin molestos y dispendiosos procedimientos, crear desalinizadores de aguas marítimas e instalarlos en todas las casas o, algo más sencillo, convertir los mares en lagos de agua dulce.
Y ya pueden ver Sus Mercedes afuera, aferrados a los barrotes, aglomerados a las puertas, subidos a los árboles del parque, desde los edificios con catalejos y catacortos, me miran, me otean, me esperan, están apostadas miles de personas llegadas de los más apartados lugares del mundo y no sería raro que al municipio se le ocurriera cobrar por verme o tal vez me mandara asesinar para tener por fin un personaje célebre al cual hacerle una estatua de cuerpo entero y mandarle escribir biografías de mil páginas…Entre nos, Sus Mercedes, puedo comunicar que ya se está formando una secta, una religión, un cuerpo disciplinario que persigue el noble propósito de suministrarme los más curiosos y apartados aparatos y libros y retortas y alambiques para facilitar mi trabajo que es, ni más ni menos, y ustedes tienen el alto y primer privilegio de saberlo, alcanzar la universal paz y felicidad del mundo universo sin problemas de restricciones, estreñimientos. Algunos de mis adeptos son sinceros, otros son los tristemente célebres buscadores de profetas, plaga que siempre ha existido, los cuales sólo esperan mi salida para, en primera medida, cobrar lo que creen les corresponde por su espera, paciencia y fidelidad, y en segunda, crucificarme boca abajo, quebrantarme las rodillas con mazos y hacerme beber la cicuta que siempre les corresponde a los hombres grandes. Los pobres: no saben que esperar es la mejor forma de morir antes de tiempo. He dicho y fiat lux.
Estoy escribiendo una parodia de Cien años de soledad

Entrevista a Marco Tulio Aguilera para Universo, el periódico de los universitarios de la Veracruzana

Edgar Onofre

En su libro Movimiento Perpetuo, el escritor guatemalteco Augusto Monterroso asegura que para el escritor sólo hay tres temas posibles: el amor, la muerte y las moscas. Por su parte, el colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño escribe en la primera línea de su novela El amor y la Muerte (Alfaguara, 2002): “Sólo hay dos misterios grandes en la vida de los seres humanos: el amor y la muerte”. Marco Tulio Aguilera, apodado “El Colombias” en el ambiente del básquetbol jalapeño, llegó a esta ciudad en 1979, tras recibir el segundo premio del Concurso de Cuento de La Palabra y el Hombre (el primer premio fue para Sergio Pitol, nuestro Premio Cervantes).

Trabajó inicialmente en Radio Universidad, donde fue guionista del programa Alquimia Popular, en el que se dramatizaban cuentos célebres. Cuando llegó apenas tenía dos libros publicados y media docena de premios; hoy ha publicado 25 libros y tiene tantos premios como libros. Cuando salió de Radio comenzó a trabajar en la Editorial de nuestra universidad, sitio en el que actualmente sigue laborando como editor, lector e investigador. La obra de Aguilera Garramuño ha estado marcada por su interés en el amor, la mujer y el erotismo, como puede verse en los títulos de sus obras: Cuentos para antes de hacer el amor, Cuentos para después de hacer el amor y Cuentos en lugar de hacer el amor (inédito), Mujeres amadas, Juegos de la imaginación, Los placeres perdidos, Las noches de Ventura.
Pero no todo es amor y erotismo, sino que Aguilera tiene sus otras facetas: la del laureado escritor de literatura infantil (El pollo que no quiso ser gallo recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil en México; la del conferencista internacional (recientemente salió publicado su libro Poéticas y obsesiones, que recoge conferencias dictadas en Colombia, México, Estados Unidos y Canadá; este mismo libro incluye un texto altamente polémico: el titulado Encuentros con García Márquez, en el que Garramuño relata a manera de crónica sus encuentros con Gabo, a quien no siempre respeta —este libro fue publicado por la Editorial de la Universidad Veracruzana, en su colección Biblioteca). Además ha incursionado en la ciencia ficción, ganando el Concurso Bogotá, una ciudad que sueña, y en el teatro, donde fue finalista en el Concurso Internacional de Teatro de la revista Plural. Cuentos para después de hacer el amor lleva 11 ediciones, la más reciente en Alfaguara, España. Mujeres amadas lleva tres ediciones, El pollo que no quiso ser gallo lleva dos ediciones y la tercera aparecerá en Colombia.
El ejercicio literario ha hecho de la trayectoria de Marco Tulio una polémica que se ha prolongado durante años. Mientras en muchos lados del mundo recibe el reconocimiento de su obra por parte de personajes tan importantes como el propio García Márquez, de este lado del mundo ha coleccionado numerosos desdenes que, incluso, incluyen en el anecdotario la intentona por desterrarlo de su ciudad adoptiva. En su empecinamiento por construir una obra honesta ha pagado el precio de remar a contracorriente pero también se ha hecho acreedor a los premios Internacional de Novela José Eustasio Rivera en Colombia; Nacional San Luis Potosí de Cuento en México, Nacional Juan de la Cabada de Literatura Infantil en México, Latinoamericano de Cuento de la revista Plural en México, Internacional de cuento Gabriel García Márquez, Internacional de Cuento de La Palabra y el hombre y ha sido finalista en los concursos de novela de las editoriales Alfaguara y Planeta. En una entrevista realizada a finales del año pasado, Marco Tulio Aguilera Garramuño reflexiona acerca de su obra y su circunstancia pero también ejerce su derecho a no callar y dar a conocer su punto de vista sobre algunas de las polémicas que se han generado en torno suyo:
“Mi novela El Amor y la Muerte fue finalista del Premio Alfaguara 2001, en España, cuando ganó La piel del Cielo, de Elena Poniatowska. El libro de Elena recibió pocos comentarios y muy destructivos en México; en cambio, mi novela recibió muchos comentarios muy positivos en muchísimos países. Y la novela de Poniatowska en realidad es pésima en todos los sentidos. Esto demuestra que no es la calidad la que gana los concursos sino la publicidad: los premios sirven para vender autores ya conocidos o para promover nuevos que en muchas ocasiones se echan a perder.

¿Y entonces por qué participa Marco Tulio Aguilera?

“Porque me gusta el dinero, como a todo el mundo. Además me gusta ganar premios de vez en cuando para callarle la boca a unos cuantos mediocres provincianos. ”El Premio Alfaguara ha caído, en muchas ocasiones, en novelas pésimas. No entiendo cómo un escritor como Mario Vargas Llosa puede firmar un acta que premia la novela de un señor Luis Leante que no es sino la novela de un analfabeta, absurda, con menos gracia que el baile de una foca. Por otra parte no entiendo como Carlos Fuentes puede elogiar una novela como La piel del cielo, escrita como una especie de informe de actividades de un burócrata de segunda. ”Hay gente que se quedaría callada, yo no. La novela de Poniatowska es muy mala. Ganó porque ella forma parte de la ronda de la izquierda y es amiga de Monsiváis, Pitol, Fuentes, mientras que yo soy apenas un provinciano. El ser provinciano de Xalapa me ha mantenido en un bajo nivel de difusión, lo que tiene sus ventajas. Asumir esta postura a contracorriente de la hegemonía literaria, ¿ha significado un precio que pagar? Sí, pero se debe pagar si se quiere conservar la integridad y la honradez, las cuales terminan por permear hacia lo que uno escribe: si uno se corrompe en la vida se corrompe en la literatura. Y desde mi provinciana actitud sigo escribiendo lo que quiero. Podría atreverme a decir que soy auténtico y que no rindo cuentas a editores ni editoriales. Tengo amigos en México, buenos escritores –porque así como he sido crítico he sido también un difusor de los buenos escritores–, por ejemplo: Enrique Serna, Juan Villoro, Eusebio Rubalcaba, Luis Arturo Ramos en sus buenos tiempos, sobre los que he escrito y cuyas obras he divulgado. Y ellos me han apoyado, han escrito sobre mi trabajo, pero eso no ha sucedido a la manera de un club de elogios mutuos, sino porque entre ellos y yo existe una franca admiración. ¿Cómo evita el riesgo de que esta pandilla de amigos se parezca a una capilla? Siendo caprichoso y obedeciendo a lo que decía Kafka: el mandato interior. ¿Qué quieres hacer? Lo que sientes. ¿Qué debes hacer? Lo que te nace. Por eso el artista y el escritor son individualistas: no andan buscando consensos para hacer su obra, porque la obra no es estadística, sino el resultado de una corriente interior. Por eso es que muchos de los grandes escritores son marginados, porque no buscan agradar a nadie, sino expresar una verdad interior. Y las pruebas están en la historia. Hablando sobre su literatura, su particular interés en el erotismo, ¿tiene que ver con una naturaleza personal sicalíptica o se puede pensar que en el erotismo encuentra verdades humanas? Definitivamente, las dos vertientes están presentes. Soy una persona con una naturaleza expansiva, con una energía muy grande que necesita expresarse. Tanto es así que a mis años, en que la generalidad de los hombres echan panza y comienzan a aceptar el paso del tiempo, todos los días, a las tres de la tarde, me encontrarás en la cancha de basquetbol de la colonia Magisterial, jugando con muchachos de 20-25 años y peleando de tú a tú con ellos durante seis días a la semana. Recuerdo que cuando tenía 20 años estudiaba filosofía en la Universidad del Valle en Cali, Colombia, pero también estudiaba mil cosas: psicoanálisis, alemán, griego antiguo, literatura, todo lo que podía, mientras entrenaba para competencias atléticas de fondo. Yo fui fondista y llegué a trotar entre diez y veinte kilómetros diarios bajo el sol despiadado del Valle del Cauca. Mi más reciente participación fue el año pasado en la carrera del FESAPAUV. Gané un lindo trofeo por el primer lugar… aunque en realidad sólo participamos dos en mi categoría). Además, soy persona de proyectos muy ambiciosos. Por ejemplo, el proyecto del Libro de la Vida es una novela muy grande, de casi mil páginas. Está constituido por cuatro volúmenes –Las noches de Ventura (Planeta), La pequeña maestra de violín (Universidad de Puebla), La hermosa vida (CONACULTA) y La plenitud del amor (aún inédita)–. Mi idea era escribir algo tan ambicioso como En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.

En alguna entrevista leí que usted estaba escribiendo una novela muy larga, sobre la depresión…

Sí, es El sentido de la melancolía, obra que a la fecha tiene más de mil páginas. Ya está terminado el primer borrador. Terminado y guardado, pues no pienso regresar a ese texto sino dentro de varios años. Va a ser mi obra mayor y cuando la suelte tienen que parir los montes. Antes de ella tengo otro proyecto, un proyecto cataclísmico: voy a escribir, estoy escribiendo, una parodia de Cien años de soledad. No va a ser una triste copia ni un plagio, sino un texto que pueda competir con Cien años en ingenio, imaginación, brillo del lenguaje e la inteligencia. No es megalomanía creer que usted puede hacer algo que puede competir con Cien años de soledad, una de las mejores novelas de nuestro tiempo? Claro que es megalomanía. Pero, es que acaso hay alguna obra grande que no haya sido escrita por un megalómano. García Márquez mismo lo dijo: Si no creo que puedo escribir algo mejor que el Quijote, mejor no escribo. ¿Ha tenido relación cercana con García Márquez? En el pasado me encontré con frecuencia con él en varias partes y me trató muy bien. Hoy puedo decirlo: él fue el que impidió que me explusaran de Xalapa hace muchos años. De aquí y de allá me han llegado noticias de la buena opinión que tiene de mi trabajo. Mis libros junto con los de Mutis ocupan un lugar privilegiado en los libreros de García Márquez. Pero algo si es muy claro y él mismo me lo dijo una vez: “Nunca te voy a ayudar porque no quiero que te eches a perder. Tienes que remar solo.” Me hablaba de sus grandes proyectos. Hay quienes consideran que en el campo del cuento se desenvuelve mejor que en la novela. ¿Hay algún proyecto extenso en este campo? Sí: tengo una serie de tres libros: Cuentos para antes de hacer el amor, Cuentos para después de hacer el amor y Cuentos en lugar de hacer el amor (ínédito). El segundo, Cuentos para antes de hacer el amor acaba de recibir su tercera edición, en la editorial Arte y Cultura. Ediciones de lujo y en rústica. Cuentos en lugar de hacer el amor lo tengo en negociaciones en España en una editorial que se dedica exclusivamente a publicar cuentos. Tengo otra novela en negociaciones. Es una novela de aventuras en la selva, que empecé a escribir en un viaje que hice a la Amazonia colombiana: la recorrí, hablé con los indígenas, disfruté de un mundo paradisíaco y, regresando a Xalapa, comencé a leer todo lo que encontré sobre el Amazonas. Esa novela, en una versión abreviada, fue finalista en Premio Radio Francia Internacional, hace como tres años; también fue finalista en el Concurso Latinoamericano de Cuentos en Puebla y ya ampliada la estoy negociando con Siruela y Mondadori, ambas editoriales españolas. Antes de terminar mi parodia de Cien años de soledad ya la tengo apalabrada: la publicará Ediciones La Flor, de Buenos Aires, que, de paso, fue la primera editorial que publicó un libro mío en 1975. ¿Y por lo que hace al erotismo como manifestación profunda del hombre? El erotismo es el modelo de todos los comportamientos del humano. Es la expresión de una energía original. Es en cierta forma una manera de buscarle sentido a la vida, a la existencia. Es por eso que cuando uno tiene un amor correspondido y una vida sexual plena duerme en paz y se levanta feliz. El erotismo satisfecho es la clave para una existencia feliz, mientras que, paradójicamente, la desventura tiene mucha relación con el origen del arte. Muchos escritores y artistas han sido profundamente desgraciados y uno podría hacer una lista de tipos geniales que han tenido depresiones profundas: Hemingway, Mahler, Woolf, Beethoven, Van Gogh … En una entrevista usted sostuvo que parece estamos al borde del cataclismo, ¿podría abundar al respecto? Cuando me hicieron esa entrevista no estaba contento con el mundo, hoy sí estoy contento, no con el mundo, sino con mi vida. He cambiado de opinión y de humor. Siempre he defendido mi derecho a cambiar de opinión constantemente; en mi trabajo y mi casa a veces digo una cosa y luego otra. ¿Por qué? No sé, serán cambios de humor. No obstante, me parece que sí es concebible el fin de la raza humana. Nos estamos acabando la naturaleza, y así como hemos visto ciclones y tsunamis, es dado pensar que posiblemente veamos un tsunami que arrase con toda América. Sí, es posible que se acabe la raza humana. Incluso podría ser hasta deseable. Y si se conserva una sola pareja, mejor, tienen todo un mundo nuevo para inaugurar. Otra cosa que podría terminar con la humanidad es la depresión. Aunque no la veamos con demasiada frecuencia en la provincia, que todavía conserva algo de paradisíaca, sí destruye a mucha gente en las grandes ciudades. Basta ir en el metro y ver 20 ó 30 personas con la mirada perdida. A medida que la población se concentre en las ciudades crecerá el número de suicidios. El campo quedará deshabitado. Habrá guerras por el agua. Los desastres naturales serán cada vez más devastadores. Las grandes potencias, manejadas por fanáticos como Bush y Putin lanzarán sus países a la debacle, con tal de apoderarse de los recursos naturales. China desangrará a su población para producir todo más barato y arruinará las economías de muchos países. ¿Se puede hablar de una infelicidad crónica? Yo creo que sí, particularmente en las grandes ciudades, porque en las ciudades chicas todavía existe el aire limpio y una relativa salud. Si la humanidad se salva, será en las pequeñas ciudades y en pequeños núcleos de población aislados de la “civilización”. ¿Se puede pensar que usted, su energía interior y su obra oscilan entre lo sublime y lo trágico? Y también lo truculento. Si lees mis cuentos, hallarás muchos de ellos truculentos. Incluso, copiando el estilo de brasileño Rubem Fonseca. Tengo un cuento que se llama Olor a cuero, otro que se llama El suave olor de la sangre. Estos cuentos son de los que más han llamado la atención, al grado de que de El suave olor de la sangre se hizo película, radio y teatro en Colombia. Por cierto, hablando con Rubem Fonseca, él me dijo el elogio más grande que he recibido en toda mi vida. Lo conocí en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y me dijo: “Precisamente en la comida estábamos hablando de ti y estuvimos de acuerdo en que eres uno de los grandes cuentistas del mundo castellano”. Me sentí muy contento porque para mí, como cuentista, Fonseca está la cima, junto con Julio Ramón Ribeyro. Y yo le dije: “Te presento a tu más fiel imitador, yo”. Nos hicimos amigos e incluso estamos negociando para ver si me convierto en el revisor oficial de sus traducciones al español, que son muy malas. ¿Lo han acusado a usted de vanidoso? Sí, todos los días. Ese uno de mis dos grandes defectos. Prefiero eso a ser sencillito como un argentino de Buenos Aires. ¿El otro defecto? Tengo los dientes separados. Pero, en serio, con respecto a la vanidad quiero decir algo. Leyendo los diarios de Tolstoi he podido perdonarme: en cada página el autor de La guerra y la paz y Ana Karanina dice que toda su vida la ha pasado luchando contra sus dos grandes defectos: la lujuria y la vanidad. Quizás la vanidad sea uno de los grandes motores de la creatividad. Estando un día de un lado de la acera y al día siguiente en el otro, ¿ha tenido la sensación de que mientras Rubem Fonseca y Germán Vargas, uno de los personajes de Cien años de soledad, lo halagan, otros lo ningunean? Definitivamente, tanto es así que en mi patria chica, Xalapa, me cierran las puertas de los periódicos: llegan artículos muy importantes de España y otras partes del mundo y no los publican. Pero sí publican los escritos de la señora Chuchita Cuerera y de unos bobos de capirote. ¿Y qué le hizo usted a los xalapeños? Es muy sencillo. Vivimos en una ciudad que se precia de intelectual, artística, y todo mundo se siente artista. Y todos ellos, particularmente los que no son artistas de verdad, son muy envidiosos. Yo quiero que le preguntes a algún muchacho que escriba actualmente cómo he sido con él. Nunca le he negado la ayuda a nadie. Aquí, en Xalapa, he formado a escritores que me niegan. Fui maestro de redacción de por lo menos treintena de muchachos que hoy escriben. Siempre he sido un apoyo para la otra gente. Lo que entiendo es que la gente que me tiene animadversión no ha leído nada de lo que he escrito y se ha dejado llevar por chismes. Además está el detalle de que hay muchos mojigatos: los muy imbéciles se creyeron el cuento de que soy escritor de pornografía. Ha encontrado amistades y odios, amores y desprecios en la literatura, ¿cuáles han sido los amores más importantes? Y no me refiero sólo al calor de mujer. La lista de gente valiosa que ha reconocido mi trabajo de forma elogiosa es muy larga: Edmundo Valadés, Humberto Musacchio, Gabriel García Márquez, Germán Vargas, José Agustín se deshizo en elogios, Eusebio Rubalcaba, Enrique Serna, Rosa Beltrán. Incluso, hace años, en Colombia, una viejita me dijo: “Pasé el fin de semana más delicioso con usted, en la cama, con un libro suyo”. También mis lectores y críticos internacionales: Peter Broad, John Brushwood, Wolfgang Luchting y Raymond Williams. En cambio, en Xalapa pareciera que hay un movimiento para demostrar que no existo. A toda la gente que respeta mi trabajo le digo lo mismo: metan mi nombre al Internet y vean cuántas entradas le salen: cientos. Tal vez en Xalapa yo no sea nadie, pero en Internet sí lo soy…Además si yo sé quién soy, ¿para qué preocuparme porque los demás lo sepan? ¿Y es importante ser alguien en Xalapa? Aquí voy a contradecirme. Sí, es importante, porque yo vivo mi vida aquí. Lo que vale la pena es que tengo el respeto y el apoyo de mi universidad. A esta institución le debo el 90 por ciento de lo que soy. Llegué aquí hace 30 años y aquí me voy a morir (dentro de 80 años, pues mi plan es llegar a los 150). Aunque también es satisfactorio no ser nadie porque no tienes que escaparte ni tienes que esconderte y eso es muy bueno. He tenido experiencias profundamente desagradables a partir de que algunas personas creyeron que soy importante. Prefiero ser cola de ratón en provincia que cabeza de león en París, prefiero poder salir a jugar basquetbol sin que nadie me esté molestando, a que me den uno de esos premios que terminan por agostar a la gente. Y si se trata de farandulear, prefiero hacerlo fuera de Xalapa, irme a la FIL de Guadalajara, o a presentar un libro en Colombia o Buenos Aires. Xalapa no es el mundo. Es lo que le dije una vez a Adolfo Castañón, quien a partir de ciertas críticas que hice públicamente, me dijo: “Mientras yo esté en el Fondo de Cultura Económica, nunca vas a publicar ahí”. Y yo le dije: “Ni el Fondo es todas las editoriales de México ni México el único país del mundo”. Punto. Es bueno y malo ser famoso. Yo no aspiro a tener la vida de García Márquez; sí a escribir las cosas que escribe él, en términos de calidad, pero no quiero andar perseguido como Britney Spears y terminar como ella.
Edición 11 de Cuentos para después de hacer el amor

En la siguiente liga se consignan datos sobre las reeediciones de Cuentos para después de hacer el amor, llevadas a cabo por Punto de Lectura México y España. Antes había sido editado por Leega, México; la Oveja Negra y Plaza y Janés, Colombia. En total 11 ediciones, aproximadamente 75 000 ejemplares vendidos.
http://www.uv.mx/universo/242/arte/arte04.htm

Además encontrará una nota sobre el mismo libro escrita por
Beatriz Helena Robledo....

FÁBULAS DE AMOR Y EROS

Cuentos para después de hacer el amor, Marco Tulio Aguilera, Suma de Letras, Punto de Lectura, Madrid, octubre de 2005 (edición mexicana de la misma editorial, 2004.)

Beatriz Helena Robledo.

“Rino, rinoceronte bonachón y solitario que atraviesa una crisis existencial, se encuentra súbitamente arrebatado por una pasión. Lo ha enloquecido una hembra extraordinaria. Es un amor "contra natura", pues la hembra es nada más ni nada menos que de un helicóptero: Laura, HK-335. Enceguecido por la pasión la posee, muere de una infección venérea y ella, al cabo tiempo, da a luz un hermoso rinoceróptero.
Con este cuento comienza el libro Cuentos para después de hacer el amor, de Marco Tulio Aguilera, escritor colombiano residente en México desde hace casi treinta años. Este primer cuento hace pensar en un autor fábulas para mayores. “Contra natura” tiene todos los elementos de una fábula: los personajes: un animal y un mecánico humanizados. Rino es toda una persona: con nostalgia por un amor dejado en Amsterdam, no tiene grandes problemas de conciencia, sufre de una honda existencial, "carece de objetivos vitales, de
planes o por lo menos supraselváticos"; todo esto, antes de estar enamorado perdidamente de Laura. Fábula llena de ironía, del humor y ternura que apela a nuestra imaginación de traviesos.
Cuando pasamos al segundo cuento, “Los saúdes”, el fabulista da paso al poeta. Los saúdes es un canto a la melancolía. En este canto se trata de precisar qué es un saúd, de describir y clasificar un ser tan asombroso, por medio del cual se nos va develando lo intangible de la existencia (el amor auténtico.) Sin exactamente definir qué son los saúdes, después de conocerlos por medio de la mágica pluma de Aguilera, seguirán existiendo en la intuición del lector, ya no podrán dejar de ser pues se manifestarán en cualquier ser de la naturaleza que incite a la nostalgia.
Así, cada uno de los doce cuentos constituyen una creación distinta: unos tiernos, otros desconcertantes, otros cargados de violencia. Honradamente, resulta difícil describir esta obra. Aguilera no sólo es un maestro del lenguaje sino un maestro de la vida. Sus historias, situadas en el espacio simbólico del mundo literario, nos trasforman. No es sólo la habilidad con la cual maneja el lenguaje y “la realidad” de la cual extrae sus historias; hay un conocimiento profundo del eros humano, de la sensibilidad de cada personaje, una percepción cercana a la del poeta-filósofo. La obra está cargada de sabiduría, de refranes populares, de frases llenas de común. Su lectura no es una experiencia intelectual, sino una experiencia vital, cruda, sin tapujos, resultado de una percepción que no tiene miedo a decir las cosas por su nombre.
En estos doce cuentos la experiencia sexual-sensual-erótica es tratada en su plena dimensión de violencia, crueldad, a la muerte y ternura. Y a pesar de la crudeza de
algunos cuentos en ningún momento se hace pornografía. Todos los cuentos adquieren una dimensión simbólica, y quizás por tratar temas tan profundamente humanos como el sexo, la violencia y muerte, es que alcanzan una simbología natural, próxima al mito.
Aquí no hay gratuidad en las imágenes ni en las palabras. A excepción de los dos primeros cuentos, en que el narrador presenta la historia en tercera persona, en las demás el
personaje en primera persona asume su existencia. Nos enfrentamos con él sin mediación de narrador alguno, además desnudo, sin prejuicios, sin maquillaje, sin manipulación
por parte del escritor. Es un encuentro pleno del lector con ese ser, que es a veces un preadolescente descubriendo las primeras experiencias sexuales; a veces una prostituta en rebeldía con el hombre que la destruyó al fragmentarla en tres mujeres más, todas hechas a su imagen y medida. Todos son seres "extraviados por vida", antihéroes derrotados pero entregados en un acto tan pleno como el del amor. La experiencia literaria se vuelve experiencia vital; por eso trasforma.
En “Historia de un orificio”, se trata de un niño edad preadolescente que, sin aclararlo de antemano, nos cuenta cómo vivió la experiencia de descubrir el sexo, lo que en últimas significó un descubrimiento de sí mismo y un cambio radical en su vida. Sin embargo, es la manera como el niño hace vivir al lector su experiencia, la que lo sitúa en el plano de lo vital-literario. El lector vive junto con el niño las primeras dudas, el desconcierto, el miedo a que su madre lo descubra, el suspenso que crea la sucesión de acciones que debe ejecutar para abrir el agujero en la pared, las imágenes surrealistas pero naturales de una imaginación infantil.
Resultaría una tarea infinita e infructuosa adentrarse en cada cuento, pues son cuentos para ser leídos y releídos ojalá después de hacer el amor (el autor tiene otro libro llamado Cuentos para ANTES de hacer el amor, de una calidad semejante; fue publicado también por editorial Leega y luego por Selector en México; también por Plaza y Janés en Colombia; las ediciones mexicanas ya están agotadas.)
Hay unas constantes que van demarcando un estilo: el que cada personaje sea a la vez narrador de su propia historia lo acerca al drama: es el tiempo del presente vivido. La duración no está mediatizada por la palabra ni por la memoria ni por el recuerdo; es presencia viva. Otra constante: hay una continua referencia a la literatura, tanto a los personajes como a los autores. Podemos decir incluso que se nutre en buena medida de la literatura misma.
En las siguientes líneas recuerda a Borges, y con ello logra borrar esa línea que separa la realidad de la ficción.”Dios es grande y entonces son las puertas su vía de escape, su fuga: la de Alicia en el País de las Maravillas, las que dan entrada al mundo ctónico de Lovecraft, las del Paraíso y del Infierno de Milton, de Dante, de Strindberg, los ojos como puertas, el oído como puerta, las puertas de la percepción de Huxley, la puerta clausurada de Cortázar, las puertas de Maxime como obsesión... (“Juan Flemas despierto otra vez”, uno de los cuentos más extraordinarios que haya leído, en el que el protagonista es una especie de castrato maravilloso, que vive en pugna con un mundo que no lo comprende.)
Hay en “Cuentos para después de hacer el amor” un continuo ejercicio de reflexión, ya sea del personaje, ya del autor, lo cual abre espacio a la crítica, a la autocrítica, a la ironía o simplemente a la explicación. Casi todos son personajes muy conscientes de sí mismos, en continua reflexión sobre su propia derrota. De allí la fuerza psíquica que trasmiten.
Un libro que es verdaderamente un garbanzo de a libra: hasta el momento once ediciones en varios países —es extraño que un libro de cuentos pase de la primera edición—. Crítica unánimemente entusiasta de verdaderas autoridades (Edmundo Valadés, Jorge Ruffinelli, José Agustín, Germán Vargas —uno de los siete sabios de Cien años de soedad—, el mismo García Márquez, Juan Domingo Argüelles, Enrique Serna, Efraín Huerta y una lista verdaderamente impresionante de escritores y críticos haber disfrutado de este libro, que fue escogido por la revista Semana de Colombia como uno de los diez libros de cuentos del siglo XX en este país.) La edición española tiene una especie de valor agregado, pues a los cuentos originales del libro publicado en su primera edición se han agregado varios, que sin duda son los mejores de otros libros de Aguilera, ya agotados. Se incluyen cuentos del libro Los grandes y los pequeños amores¸ Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí y del libro Cuentos para ANTES de hacer el amor, textos que han sido premiados en diversos concursos. “Juegos de la imaginación”, por ejemplo, encabeza la antología El cuento erótico mexicano, editada por Selector. “Las tablas crujientes” recibió el Premio Xalapa, Ciudad de las Flores. El hecho de que Cuentos para después de hacer el amor haya alcanzado once ediciones en México, Colombia y España ya es índice de la aceptación de los lectores, que van encontrando en Aguilera un escritor confiable, que siempre será agradable leer. La aceptación crítica también es un buen indicio. Muchos críticos autorizados han celebrado los textos de este libro al que se podría calificar —como lo escribió Germán Vargas —uno de los siete sabios de Cien años de soledad— como “uno de los más regocijantes de la literatura latinoamericana.”

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Soy autor de una novela gorda que se llama Historia de todas las cosas: sobre ella la crítica ha dicho algunas agradables exageraciones. También autor de otros 30 libros; entre ellos Cuentos para antes, después y en lugar de hacer el amor; Mujeres amadas, Los placeres perdidos, El amor y la muerte. Premios: San Luis Potosí, Juan de la Cabada, Aquileo Echeverría, José Eustasio Rivera de Novela, Latinoamericano de Cuento de Plural y Excélsior, Gabriel García Márquez, Bernal Díaz del Castillo y 20 más. Finalista en Alñfaguara. Mis libros están en Alfaguara, U Veracruzana, U de Puebla, U del Valle, Plaza y Janés, Planeta, Joaquín Mortiz, etc, en Colombia, México, España y Argentina.
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